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lunes, 20 de marzo de 2017

Yo soy Elizabeth

Erase una vez un imperio, de solo siete millones de habitantes, que dominó medio mundo, y cuyo enemigo fue una pequeña isla, cuyos intereses eran contrarios a ese estado, a ese primer estado moderno, tanto económico y fundamentalmente religioso.

Por su parte, la isla deseaba el libre comercio con un nuevo mundo y el imperio dominante quería el monopolio, por lo cual su rey quiso vengar la muerte de una mujer, cuyo asesinato se le adjudicó a la la reina de Norte, la reina de la isla. Así, encontró la excusa perfecta para poder invadir nuevas tierras, pero algo salió mal.

Lo cierto es que ni antes ni después se ha conocido un imperio que haga un juicio a petición del emperador para saber si es justo o no un territorio conquistado y en base a que la historia de este particular imperio dominante cuenta con una aceptada leyenda negra , creada por su propio enemigo (la isla), el cual estaba interesado en debilitar lo por sus propios intereses en el nuevo mundo pero también por buscar un equilibrio, ese equilibrio del que el pacto en Westfalia intentó mantener en un tiempo, pero donde la religión fue lo determinante, y por ninguna de las dos partes hicieron de sus credos un uso político correcto, si no los propios de su época, la guerra, desde todos los frentes.

Yo soy Elizabeth, pelirroja como la reina del Norte, amo profundamente a el imperio dominante,
al igual que la reina virgen, sin un hombre a mi diestra, pero con cientos alrededor.
De igual manera con un español barbudo que no hace otra cosa que pensar en mi.
Aquel emperador pensaba en la reina del Norte en otros términos llenándose de excitación,
pero no sexualmente.
El otro barbudo me piensa, y se excita en otros términos.
Ambos quisieron clavar su espada en lo profundo de las Elizabeth,
el primero, una espada que divide entre dos
el segundo, una espada que multiplica por dos.

      

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