Simplemente es un blog en el que quiero dejar grabados todo aquello que escribo, sin colocar le un nombre a mi literatura, si ha de considerarse así, y bueno, que aquellas personas que les guste leer puedan disfrutar mis letras.
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sábado, 4 de noviembre de 2017
Ella no es un hueso
Los hombres en ocasiones se comportan como un perro con su hueso,
el perro mientras sepa donde esta su hueso, mientras no lo pierda de vista,
así ni lo huela si le de una lamidita de vez en cuando, pero mientras sepa donde está,
para él todo es perfecto.
El hueso puede quedarse en el lugar que se le otorgó por días y semanas,
sin ser movido siquiera por su dueño. Pero en cuanto desaparece,
bien sea porque otro perro si lo quería lamer, bien porque lo quisieron echar a la basura,
el perro desespera, recorre todo su aposento de un lado a otro, infinitas veces,
huele toda la casa, el jardín, el patio, siguiendo el rastro de su hueso-adorno.
Desespera, se angustia, ladra, aúlla, gime, escarba, todo lo que le es posible
por intentar encontrar su hueso, ese que no lamia, que no movía, que ignoró por días,
pero que le bastaba con mirar y saber que era suyo.
Tal cual le ocurre a los hombres, a ciertos hombres.
Tienen a su chica, saben donde encontrarla, saben que siempre responde,
saben que si llaman ahí va, que si no escriben o llaman por días o semanas,
no le importa, porque como pendeja vuelve como si nada.
A ellos les basta con saber que está ahí, para ellos, cuando quieren, cuando pueden,
cuando se acuerdan, que es suya.
Pero llega el día en que desaparece, ya no saben donde encontrarla, donde buscarla,
ya no responde sus mensajes, ya no contesta sus llamadas, pasan días, semanas,
y como nunca sus llamadas y mensajes se vuelven diarios, desesperan, se angustian,
se acuerdan que son capaces de extrañar, recuerdan lo especial que es.
En el fondo no es porque la quiera o la necesite, es la costumbre de poder tener a alguien a quien vigilar, algo al que puedan decir: es mio, es mi hueso, que si bien ignoro, que si bien
no lamo, que si bien no me apetece, no lo cedo, no lo presto, no lo doy, porque me duele perderlo.
Pero así como si al perro le devolvemos su hueso para que lo vuelva a colocar en su lugar,
en el que lo puede vigilar cada día, sin desear lamerlo o jugar con él, así mismo el hombre,
si vuelve al saber de su chica, vuelve a llamar, a escribir, a aparecer, a desaparecer cuando quiere,
olvidando que ella no es un hueso.
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